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Inventario de Amaneceres

Sin título

Sin título Bueno pues... hacía mucho tiempo que le debía un cuento a una persona, así que qué mejor excusa para compartirlo con tod@s que esta.... Sólo deciros que está acabado de salir del horno, y que lo he tenido listo en 45 minutos... madre mía, creo que es lo más rápido que he escrito en la vida. Así de mal ha salido pero bueno... la intención es lo que cuenta. Espero que lo disfrutes Alberto.
PD: Aún no tiene título, así que espero vuestro comentarios SINCEROS y cualquier título que se os venga a la cabeza... todas las sugerencias serán bien recibidas. Un besazo a todos.

Había una vez un hombre que, en sus eternas noches de insomnio, se hizo amigo de la Luna. Cada noche le contaba sus secretos al oído, mientras ella, fría y brillante, lo acunaba en su luz, como una madre a su bebé recién nacido. Le confesaba sus historias más secretas, sus recuerdos más dulces, sus desdichas más pesadas. Ella lo abrazaba interminablemente y le susurraba al oído dulces palabras de consuelo.

La noche que ella no podía salir porque se quedaba consolando al Sol, el hombre no conseguía dormir. Ella se había convertido en su única y mejor confidente y la necesitaba como el respirar. Daba vueltas y más vueltas en la cama, se levantaba cada pocos minutos a volver a mirar por la ventana y todas las veces la escena era la misma… la Luna había decidido no salir… “esta noche me quedo en casa” parecía querer decir.

Un día el hombre le confesó a la Luna su enamoramiento, que rayaba la obsesión por ella. La Luna se asustó y decidió que por unos días estaría mejor ausente del cielo, que las estrellas podrían decirle al hombre que estaba enferma… Qué responsabilidad, ella sólo había querido ofrecerle su amistad… y se había equivocado. Mientras ella creía verlo como un amigo al que escuchar, él se había enamorado perdidamente. Así que, para no hacerle más daño, decidió desaparecer por una temporada del cielo, y dejó su imagen pintada en la constelación de Orión. Lo que no se quería decir a si misma era que ella también estaba enamorada… pero prefirió esconder ese pensamiento en lo más profundo de su memoria, donde se guardan los secretos y las mentiras olvidadas… “Es demasiado complicado” se dijo… y se escondió.

Aquel atardecer el hombre esperó a su amada en la azotea. Pasaron los minutos y ella no aparecía, hasta que la estrella Polar, siempre tan puntual, apareció. Al principio no quiso decirle donde estaba la Luna. El hombre, desesperado por saber dónde podría encontrarla, le hizo una promesa… “Si me dices dónde está te desato de este trocito de cielo, para que puedas viajar y ver todo lo bello que hay más allá, y no tengas que estar señalando el Norte eternamente… serás libre”. La estrella accedió, sin saber… que el joven le mentía. Le dijo que confesándole su amor, había asustado a la Luna, y que no volvería a salir hasta que él no hubiese recapacitado y encontrado lo que realmente había en su interior, escondido detrás del amor que sentía por ella.

El hombre se enfureció, y se juró que jamás volvería a hablarle a la Luna. Le gritó al cielo que ya podía salir, que ya no la amaba, que no conservaría nunca ni un solo abrazo, ni un solo recuerdo, ni un rayo de luz en un jarrón. No valía la pena el tenerla cada noche si en cada amanecer había de perderla irremediablemente, y en su inmensa pena derramó tantas lágrimas que al verterlas sobre la tierra formaron un jardín.
Pasó una semana más de tormenta, las estrellas se ocultaron temerosas de la furia del hombre, hasta que al octavo día él… simplemente apagó su corazón. Decidió que no iba a sufrir más por un amor imposible, que dejaría que el destino lo llevara por donde creyera conveniente… aunque eso significara ser un mero espectador de su vida. Entonces la Luna volvió a salir, y sin atreverse a mirarle a los ojos le dijo que aún podían ser amigos. Él aceptó, y volvieron a contarse intimidades, a hacerse confidencias, a pasarse las noches en un abrazo de luz… Lo que no sabía era que ella también había pulsado el botón de apagado.

Ella nunca volvió a encender su corazón, por miedo a sufrir. Él cada vez sufría más y la tenía menos, a pesar de que todas las noches subía a la azotea, había días en que ella estaba tan lejana… Un día de Mayo, y al ver que la Luna no salía, el hombre, desesperado al ver que no podía retenerla a su lado, ahogó a su corazón en lágrimas, para que fuera más dulce. Lo que no sabía era que la Luna estaba preparándole una sorpresa… se había retrasado porque había estado encendiendo su corazón.

Copyright: Rosi Fernández.

4 comentarios

Natalia -

Pues sí.Precioso.Y yo en la playa y con estos pelos.Creo que tu ya me entiendes.
Un beso rosa que eres muy maja y me alegro de haberte conocido aunque haya sido de casualidad y en circunstancias tan extrañas.

Al -

Ha valido la pena esperar, te lo digo en serio, tres años no son nada si consigo esto, de verdad es una historia preciosa, y no se que más decirte que no sepas, que sigas así comoeres, que no cambies nunca y que te arrimes siempre a lo bueno que lo malo siempre se intenta arrimar solo, elige bien siempre, dejate llevar por la intuición de tu piel y tu corazón, ok? y nada uqe te cures ese resfriado, un besito

manu -

ole...me encanta...no me equivoco ves???,,,,,SIGUE, SIGUE,,,,chulisima.
bsos

Ricky -

Joer. me desperte, encendi el pc, lei eso y....ke bonito coño jejje.
Me ha gustado muxo la historia, la veo muy...."real". ya me diras de donde te vino la inspiracion ;p
un besooo